
Era una noche verano en un bar de barrio pero con un moderno wiffi. Un estudiante jugaba con su pc en la barra del bar y yo, sentado en una mesa, escuchaba Claude Nougaro recitar la historia de la “Pluma de ángel”, trata de un señor a quien un ángel despierta para regalarle una pluma y le dice: si consigues convencer a una sola persona de que esta pluma pertenece a un ángel, el mundo cambiará; a mejor supondremos....
Aventura tras aventura, la esposa despierta en pleno sueño erótico para decirle que necesita vacaciones. Finalmente llega un comisario y le arresta por permanecer delante de un parvulario –en su candidez llegó a pensar que sólo un niño podía creerle- el buen hombre acaba, como era de esperar, en el manicomio.
El caso es que al terminar la historia de la pluma, entablamos, el estudiante y yo, una apasionante discusión sobre el porvenir del planeta y en particular sobre la gestión del riesgo en el nuclear objeto de su tesis. Le acompañé hasta la puerta para fumar un cigarrillo cuando él marchaba para dormir.
Y entonces, allí en la acera, delante de la puerta del bar, veo una pluma amarrilla.
La recojo, miro al estudiante y le digo:
- ¿Ves esta pluma? Pues es una pluma de ángel.
Por supuesto su reacción fue decirme sonriendo:
- Está usted bromeando, debe ser una pluma caída de un disfraz.
No, le dije, créeme; es una pluma de ángel. Si me crees y la coges de mi mano, el mundo cambiará. Cógela e intenta cambiar el mundo, le apremié tendiéndole la pluma. Me miró fijamente y con exagerada lentitud extendió su mano. Guardó la pluma en su puño cerrado y, sin decir ni una sola palabra, dio media vuelta adentrándose en la noche de farolas... Un verano de Normandía.
Tal vez el mundo cambie.